De repente se abre el telón, y empieza una carrera de vértigo. La vida. Un gran teatro donde todos, absolutamente todos tenemos nuestro papel, y del cual participamos en la misma obra. Es... inevitable, que a veces nos sintamos en una tragedia, y otras veces en el extremo más ridículo de la comedia. Y creemos que debemos de entusiasmar a ese público que ha venido a ver nuestra obra cuando ignoramos que nuestro público somos nosotros mismos. Ese aplauso no vendrá dado por nuestras lágrimas, ni por nuestros gozos, ni tan si quiera por un acto... bien acabado. Si no al aprendizaje que nos sometemos al empezar la obra, y la emoción que seremos capaces de causar a aquél que nos observa. Nos movemos por unos hilos invisibles que van marcando nuestro camino, sabiendo que nunca más se ha de pisar. Y nos pasamos medio drama añorando todo aquéllo cuanto sucedió, e incluso a veces, convirtiendo la tragedia en algo divertido. No nos damos cuenta de que la obra se puede acabar en cualquier momento, por que lo único cierto es que no sabemos cuando se va a cerrar el telón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sonrisas falsas