Solíamos andar por esas calles solas, vacías, sin gente, cuando llegaba el amanecer. Íbamos de la mano, sin soltarnos ni un segundo, muchas veces no dirigíamos palabra. Tan solo caminábamos, sin un rumbo predestinado. Quizás de vez en cuando una mirada, una sonrisa cómplice de varios actos, un beso suave.. Solíamos también parar a las siete en la cafetería de la esquina, a tomarnos nuestro primer café de la mañana. Nos sentábamos uno en frente del otro, y empezábamos a contar cosas sin sentido, tonterías. Seguíamos nuestro camino hacía aquella floristería de la vuelta, en la que muchas mañanas me hacías parar y me comprabas una rosa roja. O cualquier otra flor. Continuábamos andando hacía la tienda de juguetes que hay en la calle de muchísimo más para adelante, y ahí siempre me hacías parar. Me obligabas a sentarme en el banco de al lado, y siempre, me susurrabas al oído algo así:
-¿Ves ese niño que está mirando el escaparate? ¿Ves el muñeco tan gigante que está mirando con cara de expectación y deseo? Pues tu eres el juguete, y yo soy el niño. Créeme, que te deseo mucho más.
Todas las mañanas me lo repetías, y me acostumbré tantísimo, que cuando te perdí, siempre paseaba sola, triste, y abandonada, por las que un día, fueron nuestras calles..
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Sonrisas falsas